Al fin llegó el ansiado día, un lunes a última hora. La
clase era un mar de silencio y expectación, y entonces esa curiosidad que me
abordaba sucumbió.
Yo que venía de otro instituto no sabía nada de mi profesor,
ni su metodología, ni sus normas, ni sus criterios de evaluación...
absolutamente nada, y añadir por consiguiente que este era el primer año que
cursaba su asignatura, Filosofía. Un acumulo de situaciones que no tendrían un
buen resultado, o eso al menos era lo que creía...
Tuve miedo de que sus clases estuvieran llenas de aburridas, interminables o adormecedoras
explicaciones de lista de conceptos y autores, pero doy gracias a que aquello
solo quedase en una ingenua pesadilla, pues la realidad es bien distinta.
Sus clases son un acumulo de sensaciones y pensamientos, a
las que no les falta nunca cierta dosis de humor. Siempre hace uso divertidos y
compresibles ejemplos si no entendemos bien lo que nos explica con empeño,
esfuerzo y tesón ( y en ocasiones con mucha paciencia).
En cuanto a la forma
de evaluación es un tanto peculiar pues a pesar de ser, normalmente, un tema
por evaluación, no te arriesgas en un único examen a conseguir la nota final
del trimestre, sino que se ve repartida entre las notas de: tres exámenes
diferentes del mismo tema (sí, tres
diferentes) y un examen de un libro que
nos haya mandado dicho trimestre. Y, cómo no, el suplemento, totalmente
voluntario, del blog, el cual puede resultar de gran ayuda para impulsar la
nota, pues en sus criterios no existe redondeo hacia la cifra mayor, criterio
que, personalmente, no comparto.
Me gusta que siempre tenga un as bajo la manga y nunca sepas
por dónde te sorprenderá (incluso en los enunciados de los ejercicios de los
exámenes). El uso de esas frases con palabras atropelladas que tiene por
costumbre usar o ciertos comentarios, muy acertados, de los que caes rendido de
risa hacen de su clase algo difícil de no recordar.